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Tercera etapa:
La tercera etapa fue más larga que un día sin pan. Y, como ya íbamos aprendiendo, una longitud como esta en el desierto significa que te vas a encontrar de todo. Aun así, y viendo el arranque, los primeros kilómetros, a mí me estaba dando la impresión de que cada día salíamos más nerviosos y más a degüello.
Recuerdo muy especialmente estos primeros kilómetros. Íbamos volando y se formaban grupos que se iban adelantando unos a otros. La etapa se iniciaba llana y con amplitud, en un campo través, pero al poco, y ya en una medio subida, se metía en una pista estrecha, muy deformada, y con un firme de piedra fina. Yo, en un intento de pasar a una muchacha que me estorbaba, perdí de repente el apoyo de la rueda delantera y la bici me pegó tal absurdo revés que me salí de la pista a un campo través, a lo caballo loco. Nadie se explica cómo demonios no me caí. Aunque, eso sí, en el cruce de pista, intentando controlar los trallazos, arrastré conmigo a unos cuantos más. Casi monté la de San Quintín. Todo Dios me puso a parir. Gran algarabía, y haciendo amigos.
En mi descargo hay que decir que ese revés fue por las cubiertas y su presión. La gente, sobre todo los que pesan poco, estaban manejando presiones de unos 1,6 kg/cm2 y anchos de 2,1 a 2,2 pulgadas. Eso les daba varias ventajas, como es la de una mayor efectividad en zonas arenosas, más agarre en piedra suelta y mejor confort. Se llegó a oír hablar de presiones de hasta 1,2 kg/cm2. Los que intentaban manejar estas presiones, pero llevaban ruedas con anchos menores o con carcasa blanda no dejaban de pinchar o de destalonar. Está claro que éste es un asunto muy importante a tener en cuenta para este año 2013. Hay que probar cosas.
De vuelta a la carrera, otra vez en pista, a lo lejos, los de delante iban como locos. En un momento dado resulta que los vemos, por la polvareda, hacer un gran bucle hacia nuestra izquierda. Como si todos nos hubiésemos leído el pensamiento, unos doscientos tíos y tías nos lanzamos descoordinadamente a un campo través de varios kilómetros, intentando acortar.
Es lo que tiene la Titan, que una vez que te sueltas y entiendes que la limitación es simplemente pasar los puntos de control, lo demás lo ves como de goma.
Fue descacharrante ver una enorme planicie – que realmente es un inmenso pedregal - lleno de hormigas de colores, enloquecidas y sin comportamiento previsible, intentando buscar el mejor corte a la polvareda del horizonte. Cada uno a su bola, buscando los pasos de arroyos y las zonas con menos piedras, apartando alguna que otra oveja y, si llega el caso, haciendo correr hasta al pastor.
Luego, reincorporados de nuevo a la pista, vinieron kilómetros y kilómetros de pistas, en sube y baja, más bien rotas, con algún oasis y, eso sí, bastante calor.
Llegamos al segundo avituallamiento, en media subida, y Diego iba mal del estómago desde hacía un rato largo. Se bajó echando leches de la bici, más bien la tiró, y se perdió detrás de unas rocas. A saber Dios lo que habrá hecho.
Este es otro de los temas capitales en la Titan, las gastroenteritis. Hay que tener la precaución de no tomar agua que no sea embotellada, incluso para lavarse los dientes. Nosotros ni café, por si acaso. Hay que pensar que una diarrea te hunde, al menos, un día de carrera.
Antes de salir del avituallamiento corrió la voz por las emisoras de que Heras había roto un pedal. Tensión. Más tarde nos enteramos que lo había reparado rápidamente y había seguido. Nunca entenderé porque yo pierdo tanto tiempo en las averías.
Bien, contra todo pronóstico, Diego apareció con mejor cara y nos sorprendió saliendo del avituallamiento a buen ritmo. Pasamos más tramos de campo a través y más pistas interminables, con suelos de distinta consistencia. Atravesamos algún que otro poblado, con críos que nos jaleaban y gente adulta que nos miraba extrañada sentada en los quicios de las puertas o asomadas a las ventanas.
Los últimos 20 km se desarrollaron por una subida media, trepando hacia una zona relativamente alta, para luego enganchar una gran bajada, larga y muy rápida. A pesar de la distancia lo habíamos hecho bien, estábamos enteros, y bajábamos pedaleando como a 50km por hora. Intuíamos que estábamos llegando e íbamos como posesos.
La bajada llegaba a un pueblo destartalado, que atravesamos muy rápido y, a la salida, nos enfrentamos a una subida corta, de un kilómetro escaso, pero en plan pared. Como ya saboreábamos la llegada, lo cierto es que subimos como locos, y desde allí arriba ya vimos por fin el campamento.
Etapa dura de verdad, por la longitud.
Y, al final, habíamos mantenido el tiempo con el equipo Pharmaton. Seguíamos a media hora acumulada. Por eso yo me dediqué toda la tarde a calentar los ánimos. Al día siguiente llegaba la etapa de montaña, nuestro terreno más propicio, y ahí era dónde teníamos que atacar.
Aquí fue, por la tarde-noche, al final del briefing, cuando se proyectó la película del día, y fue ahí donde nos percatamos de lo que os avanzaba del funcionamiento de RPM a golpe de talonario. Para nuestra sorpresa, en el vídeo entrevistaban a los Pharmaton, los primeros, y a los Zurich, los terceros; pero no a nosotros, que íbamos los segundos.
Cuando ya estábamos pensando en elevar una queja formal a la organización nos enteramos de que esto era así porque ellos tenían contratado el “servicio de medios” y nosotros, los catetos, pues no. Esto es lo que tiene ser de provincias. Es una pesada losa con la que hay que convivir. Allí donde vas siempre llegas un paso por detrás. Vale, a veces sale un Amancio Ortega que les da en el morro a todos. Y un Botín. Y algún otro más que no recuerdo ahora.