Todavía recuerdo, como si lo
viviese mientras lo escribo, la sensación de nerviosismo e intriga que nos
embargaba mientras hacíamos, el día anterior al viaje, los últimos preparativos
en casa de Diego, en Madrid. Pasamos las horas finales de la tarde revisando el
equipo – ojo con los pasaportes, que no se olviden - , comprobando los GPS,
mirando y remirando la cartografía, repartiendo los equipamientos, metiendo todo
en las bolsas. Al final, la cena, recordando los principios básicos de nuestra
estrategia: ir de menos a más; el primer día piano piano, y a partir de ahí ya
veríamos.
A la mañana siguiente, en el aeropuerto
de Madrid, nos fuimos reuniendo un gran número de los participantes que ibamos
a la carrera. Y ahí es donde ya tomamos contacto todos los que bajabamos desde
Cantabria. En total fuimos siete. Entre ellos, los más conocidos para la
mayoría son Litu y Chisco, pero había otros cuatro de la zona de Boo. Y lo que
son las cosas, Chisco y yo, que somos los dos de San Vicente del Monte, y que no
nos veíamos desde que él era un crío, ¡nos vamos a encontrar allí, en el
aeropuerto con destino a Errachidia¡.
De Madrid dimos el salto al
aeropuerto de Errachidia, y un autobús antediluviano nos trasladó hasta una
Kasba, a más de cien kilómetros, donde estaba montado el campamento base. El
trayecto ya nos fue enseñando en buena parte lo que ibamos a ver en detalle en los
días siguientes. Grandes planicies de color ocre, algunos montículos en un
horizonte lejanísimo, y, repentinamente, valles largos y verdes llenos de millares de palmeras. En sus bordes,
como grandes desguaces, pueblos pobres, mal organizados, a medio hacer. España de
provincias hace 30 años o más. Realmente todo nos era muy llamativo y nos
parecía precioso.
En el campamento, lo primero fue recoger
dorsales y equipo, luego ubicar nuestra jaima, soltar trastos, y lo siguiente
fue localizar y montar las bicicletas, ayudándonos unos a otros. Aquí hago una
recomendación a los que piensen ir, y es que todas las piezas, incluyendo las
pequeñas, se fijen mediante bridas o cinta para evitar la pérdida por causa de
alguna rotura en la caja. En mi caso, hubo que buscar un separador de la
potencia. Menos mal que tuve la ayuda de Litu, que conocía a uno de los
mecánicos, porque en su día había corrido con su hermano o algo por el estilo y
nos atendió de lujo.
Luego, dejamos las bicis en el
parking, y pasamos el resto del tiempo comiendo, bebiendo, conociendo a otras
gentes, especialmente a los máquinas, charlando, y asistiendo al primer
briefing donde nos contaron ya de que iba la Titan y, concretamente, de que iba
la primera carrera.
Hago un paréntesis para decir que
éramos en total unos 400 competidores, y destacar que había unas 40 chicas,
todas ellas con pinta de cañeras. Como dato diré que de los 400 llegamos al
final 350, más o menos. Esto apoya mi afirmación de que la dureza de esta
prueba es relativa, si bien es verdad que la gran mayoría de los que fueron
andaban más que bien. Otra cosa es la destreza, de la que hablaremos en algún
momento.
Finalmente, nos fuimos pronto a nuestra
jaima y nuestras arenosas camas, donde nos esperaba un lío tremendo de
desempaquetado de bolsa, en muy poco espacio, con la preparación de la ropa
para el día siguiente, la colocación de los dorsales, la preparación de las
cremitas para tenerlas a mano, el mirar y remirar el roadbook, y todas esas
cosas que haces cuando estás tan nervioso que pareces un ratón girando como
loco en la rueda.
En resumen, listos para la guerra
que se iba a desatar a la mañana siguiente.
Mañana la primera etapa Ø ¿Y cómo fueron las carreras?
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