miércoles, 20 de febrero de 2013

"MI TITAN DESERT" CAPITULO-6


Segunda etapa:


La segunda etapa la recuerdo con una parte inicial rápida, muy bonita, con pistas buenas, bajando hacia un cañón por el que se rodó fuerte durante un buen rato, y que luego hubo que remontar en subida larga y, algunas veces, escarpada, para llegar hasta el control de paso número uno y ya rodar por zonas más onduladas y planicies.

De todas formas, como balance, la verdad es que esta etapa fue ya de por sí bastante larga, y para mí que se hizo mucho más pesada a consecuencia de la dureza del suelo por el que rodamos, principalmente en el tramo medio y final.

En el inicio del camino de la zona media nos encontramos a un integrante del equipo marroquí que se había caído. Estaba medio grogui y sangraba por la nariz. Lo asistimos. No nos entendíamos, pero nos pareció que el problema era de simple desfallecimiento por no comer, así que le dimos un par de barritas y geles. Nos dio mil veces las gracias. La verdad es que durante un rato yo me había ido para delante, rodando con él y otro de su equipo, y me había parecido que el chaval iba fuera de ritmo. La pinta era que esta gente no llevaba nada sólido, que iban con lo puesto. Llevaban bicis de hace quince años, pero eran muy simpáticos y, como nos demostraron en los días venideros, los había realmente correosos.

La zona media, como ya he dicho, fue muy dura, llena de trampas de arena y con una planicie con pistas realmente recias, con el firme muy roto. En algunos momentos era brutal, y tampoco había forma de ir campo través, por culpa del maldito “fes fes” - arena tan fina que realmente es como polvo, donde literalmente te clavas -. Adelantamos un par de camiones – por llamarlos de alguna manera, porque son verdaderos cascajos, muy coloridos, eso sí - que transportaban material de piedra para rellenar las trampas de arena y hacerlas transitables. Aunque, más bien, conseguían lo contrario.

Al final de esta zona intermedia, cerca ya del avituallamiento dos y a unos veinte kilómetros del control de paso número dos, había unas zonas de arena tremendamente largas y bastante malas de pasar, donde gastabas mucha energía, sobre todo si no eras hábil en la bici. Con lo que Diego y Rafa llegaron al avituallamiento más bien rotitos.



Salimos hacia el paso de control, y yo me tome la libertad de irme hacia delante a mi aire, de tal forma que llegué al control de paso unos quince minutos por delante de ellos. Sabía que no debía de pasar con más de dos minutos, con lo que me tocaba lógicamente esperar.

Se dio la circunstancia de que me encontré a los dos chavales de la organización, que estaban a cargo del control, sentados en sus sillas de playa y más contentos que unas pascuas, tomándose un té y un cacho de pan invitados por un marroquí de pedigrí, con su chilaba, su barba y su gorro. El hombre, limpio, pero con aspecto de pobre, y con una sonrisa de oreja a oreja, había sacado su cubertería de plata y había hecho un té como no habíamos tomado nunca. Y el pan, que era como una torta, estaba riquísimo. Fue una pena, y me arrepiento, el no haber sacado una simple foto, porque lo merecía. Este es un detalle que escenifica alguna de las virtudes que observé en la gente de la zona, las de la hospitalidad y la generosidad. Yo intenté responder a este recibimiento repartiendo barritas entre los que supuse que serían sus hijos, cinco o seis críos de entre tres y nueve años, y que estaban mirándonos como embobados. La gracia casi costó una rebelión, porque resultó que no había suficientes barritas por barba y allí nadie quería compartir la suya con los demás. Al final, tuvo que intervenir el padre, porque se manifestaban ya intenciones asesinas entre los que no tenían barrita, y tuvo que mandarlos a todos a chiqueros.

Retomado el ritmo, ya con Diego y Rafa, la cosa continuaba por pistas más llevaderas, de tal forma que sin más problemas de los normales la ruta continuó hasta que llegamos, ya en los últimos kilómetros, a las inmediaciones de una gran colina que presentaba una subida por la que nos llevaba hasta un paso en una especie de silla de montar. La subida era fuertecilla y bastante enriscada en el último medio kilómetro. Concretamente los últimos cien metros eran trialeros, con la pista abierta en roca. Había que tirar de habilidad y de potencia. En lo que subí, pude ver varias leches muy bien elaboradas, con doble tirabuzón carpado. Como ya he dejado entrever, el que más y el que menos se defendía, pero cuando la cosa se ponía trialera, y además por zona de piedra, se veía mucho ¿inútil?.


Al llegar arriba, concentrados como íbamos en los últimos coletazos de la subida, no podíamos ni imaginar lo que se iba a abrir repentinamente ante nuestros ojos. Se trataba de una de las mejores y más espectaculares vistas que recuerdo de la Titan. Me quedé realmente impactado por el panorama. Allí abajo, sobre una planicie absolutamente inmensa, se levantaba una formidable colina pétrea conocida como “La Fortaleza de los Portugueses”, y que ha sido utilizada como fondo de varias películas – por ejemplo, La Momia – y al pie de la que estratégicamente se ubicó el campamento. A pesar de la paliza que ya llevábamos, me escapé del grupo y aproveché para desviarme hasta acercarme a la muralla de acceso, sólo por el gusto de investigar aquella virguería. Las fotos son bastante malas e incapaces de hacer justicia a semejante panorama.

En la línea de meta me estaban esperando Diego y Rafa, absolutamente despistados, y ya empezando a alarmarse, porque no me habían visto ir hacia la Fortaleza. Me pusieron pingando.


A la llegada constatamos que seguíamos segundos en el Corporate, pero nos habían metido ya treinta minutos acumulados. Empezábamos a pensar que había que hacer algo, como subir ya ligeramente el ritmo. Lo que pasa es que la siguiente etapa era de casi 140 kilómetros, y nos daba un cierto respeto.

Por cierto, esa noche era la noche en la que se pernocta en una jaima común, ya que es la etapa maratón, con lo que no hay duchas, ni apoyo mecánico, ni masajes. Todo Dios duerme juntito, como los pollos, en colchonetas de playa que ha habido que transportar en las bicis.

Ésta es, bajo mi punto de vista, una de las verdaderas tonterías de la Titan, y sólo puede responder a ese interés de darle un toque extra-cool , o chorra-aventurero, a lo coronel Tapioca, simplemente forzando las cosas. En mi opinión, debería de ser, o bien todo como los días “normales”, o bien, y ya puestos a tocar las pelotas, todo así, a lo bruto, y te dejas de chorradas. Menuda nochecita de no encontrar postura, de ruidos de plástico, y de gente saliendo y entrando.

Por último, y con respecto a esa noche, tengo que añadir que el recuerdo de la vista nocturna del cielo, con la Vía Láctea, fuerte y nítida, recortando la fortaleza, es sencilla y llanamente indescriptible. Vamos, que si llega a bajar un ovni y a aterrizar delante de mí, aparte de que me habría acojonado, la verdad es que no me habría extrañado mucho.

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