Sexta
etapa, y última:
La última era una etapa de unos
105 kilómetros, teóricamente más o menos llana, sin aparentes dificultades, y
la última oportunidad para vencer a los Pharma. Si no había problemas – y no como
en la etapa del día anterior - se podría hacer. Además, ellos ya nos parecía
que estaban claramente cascados. Pero teníamos que recuperar más de 15 minutos,
y había que tener en cuenta alguna posible incidencia, por pequeña que fuese.
La tarde anterior nos dimos un
masaje, pensando en lo que se nos venía encima. La experiencia de la Titan nos
demostró que es más que recomendable contratar el apoyo de los fisioterapeutas.
Se nota, y con el paso de los días más. A nosotros nos desdieron nudos en las
piernas que parecían candados. Nos retorcíamos como la niña del exorcista.
En cuanto a la estrategia para la
etapa la cosa era bastante clara: salir lo más adelante posible, poner un ritmo
fuerte desde el primer momento, para no perder más puestos de los imparables, buscar
el enganchar un grupo rápido, y a partir de ahí leña a destajo, para intentar
sacar el mayor tiempo posible.
En el momento de colocarnos en la
salida, lo que son las cosas, nos encontramos al lado de nuestros rivales, los
Pharma, que habían tenido nuestra misma idea. Como dice el refrán, “lo cortés
no quita lo valiente”, así que estuvimos un rato charlando, recordando los días
anteriores, y deseándonos buena suerte con las averías.
La salida era en ligera subida,
con lo que había que apretar bien fuerte para no descolgarse mucho de la zona
delantera. Esto me preocupaba, porque aunque Diego estaba bien - la verdad es
que había ido mejorando con los días – en cambio Rafa estaba ya acusando la
acumulación del esfuerzo.
Llegaron las ocho y el
helicóptero ya estaba sobrevolándonos hacía varios minutos. Los nervios a flor
de piel. Nos íbamos apretando de forma instintiva. Y, por fin, el pitido. Allá
vamos.
La salida fue, como era de
esperar, fulgurante. Los de adelante fueron vistos y no vistos. En nada eran ya
una polvareda que se alejaba. Nosotros, a codazos para mantener la posición. Yo
me dejé caer para tener la seguridad de que, a pesar del tumulto, no perdía la
referencia de dónde estaban los Pharma, si se quedaban rezagados o iban por
delante. Y allí estaban, por detrás de mis muchachos. Así que visto esto, apreté
campo través para alcanzar a Diego y Rafa y ponerme delante. Bien, conseguido, la
cosa comenzaba con buen pie.
Una vez que nos fuimos
tranquilizando, y el barullo se fue aligerando, me coloqué delante y marque un
ritmo ligero, hasta encontrar el punto de equilibrio donde Diego y Rafa se me
descolgaban. Estábamos bien y el ritmo me parecía muy bueno. Lentamente fuimos
recuperando gente que del horizonte se acercaba a nosotros. Alcanzábamos grupos
pequeños, algunas parejas, los pasábamos y se enganchaban. El grupillo, poco a
poco, se fue transformando en un verdadero convoy. Subíamos y subíamos por una
pendiente larga y serpenteante, y el calor empezaba a apretar.
El último grupo que absorbimos
fue el mayor, eran unos diez integrantes en línea, y entre los que se
encontraba nuestro ya conocido Santi Millán. Cuando les pasamos por su
izquierda, sin prisa pero con contundencia, se sorprendieron de verdad. Se
oyeron voces de ánimo, y se produjo el consiguiente enganche. Eso me confirmó
en mi idea de que íbamos bien. En un momento determinado éramos un tren de unos
treinta vagones. En los pasos de arroyo se oían gritos de gente que pedía
clemencia. Yo siempre mirando que Diego estuviese a mi rueda, que con la 26”
era el que más justo iba rodando, y leña.
Después de varios kilómetros así,
llegó una bajada ligera, por una zona de oasis. Era realmente muy bonita, pero
era revirada y nos rompió la línea. Una vez librada, de vuelta al falso llano
que nos hacía subir de nuevo por una pista muy buena para rodar. Intenté recuperar
el ritmo que traíamos antes del oasis, pero Rafa había perdido punch y ya
empezaba a descolgarse y a quejarse.
La gente del grupo de Santi nos
iba apretando cada vez más, hasta que saltó una chica cañera y se revolucionó
el gallinero. Los más rápidos se nos empezaron a ir. Fuimos acelerando y
recuperando lentamente, muy lentamente. A
todo esto, atrás, sólo se oían gritos y juramentos, casi un motín. El peor
Rafa, que no acababa de coger ritmo. Pero yo seguía con la determinación de que
no se nos escapasen, y pensando también en el tiempo que había que sacar a los
Pharma.
Alcanzamos al grupo de Santi
antes de cruzar el control de paso, y para esto el terreno era ya casi un campo
través, con una pista que se nos iba desvaneciendo bajo nuestros pies, por causa
de la arena. Pasamos el control en fila y como balas, y alguien nos gritó a
nosotros que íbamos en las posiciones noventa y algo. Nos lanzamos en verdadera
manada desbocada a una planicie inmensa, absurdamente llana, de una arena
limpísima, y casi sin vegetación. Aquí el calor ya empezaba a ser serio, y
soplaba un viento lateral fortísimo.
Lentamente, nos fuimos
reorganizando, formando un amplio abanico de unas treinta personas, escalonadas
de a uno. Íbamos a todo trapo, y nos costaba seguir el ritmo. De vez en cuando,
inesperadamente, una trampa de arena le jugaba una mala pasada a alguien, que
se recuperaba entre bufidos por el esfuerzo y juramentos por la mala suerte.
Las tías navegaban como demonios. Verdaderamente ver el abanico era un espectáculo,
así que yo me fui colocando en el extremo, sólo por el gusto de admirar la
escena, y era simplemente perfecta, parecíamos cazabombarderos volando en
formación. Era la comunión, la armonía. Íbamos felices.
Hasta que llegaron las dunas. Fue
como un golpe de mazo. La impotencia de querer rodar y no poder. La impotencia
de querer andar y no poder. Nos desperdigamos como los saltamontes al paso del
dalle. No sabíamos hacia dónde ir, o mejor dicho, por dónde ir, porque en el
horizonte, muy lejos, se veían los estandartes del avituallamiento. Sólo unos
pocos, los más hábiles, conseguían medio mantenerse y avanzar más rápido. El
secreto era pedalear con fuerza, no traspasar mucho peso al tren delantero,
llevar bajas presiones y buen ancho de cubierta, buscar las zonas más duras de
las dunas, ir en línea recta, sin girar. Demasiadas cosas a la vez. Y claro, en
cuanto ponías pie en tierra, arrancar era la de Dios es Cristo, sobre todo si
ya ibas cascadete. A la salida, las diferencias se habían vuelto abismales,
porque la distancia recorrida en las dunas había sido de varios kilómetros.
Al llegar al avituallamiento
pensamos que allí – faltaban unos treinta kilómetros – comenzaba por fin el
principio del fin, o sea, el paseo militar que nos llevaría dulcemente hasta la
meta. La verdad es que no sé por qué teníamos la curiosa convicción de que el
último día tenía que ser fácil. Quizá por asimilación al Tour en los Campos
Elíseos de París. La realidad es que el tramo que nos quedaba resultó ser
absolutamente agotador, tanto física como mentalmente.
Hicimos varios pasos de río,
donde te clavabas literalmente, pistas con trampas de arena larguísimas,
kilómetros y kilómetros de las peores pistas para rodar que se puedan imaginar,
bajo un calor intenso. Desesperante.
Para colmo, yo me pegué la hostia
más boba que vi darse en todo lo que estuve por allí. A la llegada del segundo
paso de control había un tramo de arena malo, con lo que me salí a campo través
buscando zonas duras. La experiencia me había demostrado que si rodaba con
fuerza y bordeaba los pocos ramascos que
había, aprovechando la zona dura de las raíces, se podía hacer. Pero, lo
curioso es que, aunque allí los ramascos son pequeños, bajos, y con aspecto de
ser, digamos, “blandos”, la realidad es que son todo lo contrario, o sea, duros
y tiesos como si fuesen de alambrón. Con lo que al ir a pasar uno por el medio
salí catapultado por encima del manillar. Épico. Ir hasta Marruecos para darse
un revolcón de mono borracho. Lo que llamaba un amigo de Canarias hacer un
“sacadón”. Y además con público. Así es la vida.
Vamos, que la parte final fue
todo lo contrario de lo que esperábamos, con lo que el cabreo fue tomando un
tamaño monumental a medida que íbamos viendo las cabronadas que nos iban
llegando. Puedo asegurar que no hay un juramento en la tierra que no se haya
utilizado con profusión allí ese día. Conforme los kilómetros pasaban, nos
íbamos ralentizando, y el cabreo iba dando paso a la desesperación. A unos cinco
kilómetros de la meta – la verdad es que era la tercera vez que nos decían que
quedaban cinco kilómetros - Rafa era ya un ser irracional. El hombre tenía la
mirada perdida y se nos quería sentar. Así, sin más.
Y, al fin, al fondo la puñetera llegada.
Gracias a Dios. Y para llegar a la dichosa llegada, una trampa de arena inmensa,
que ya fue para morirse. Llegamos echando espuma por la boca, más de rabia y
cabreo que de otra cosa. El Director de la Titan vino a darnos una piedra
conmemorativa y lo que nos pedía el cuerpo era darle con ella en la cabeza. Yo creo que lo notó porque se
alejó echando leches. Habíamos llegado en la posición 130. Una pena, porque
podía haber sido en la 100.
Pero allí estábamos. Enteros.
Esperamos, y esperamos la llegada de los Pharma, que seguían primeros mientras
no se demostrase lo contrario, y el tiempo pasaba.
Bien, al final les habíamos
metido en la etapa unos cuarenta minutos. Habíamos vencido en la categoría
Corporate por más de veinte minutos en la general, pero eso sí, hicimos allí
mismo solemne juramento de que no nos volverían a ver ni locos.
A partir de ahí, hotel
espléndido, habitación y duchas como Dios manda, desmontaje y embalado de bicis
(coñazo donde los haya), fiestuqui y cena, con entrega de premios, discursitos,
cervezas, y batallitas con los amigos. Al que más y al que menos les había
pasado de todo.
Al día siguiente, de vuelta hacia
Madrid, ya estábamos hablando de las cosas que había que hacer para la edición
del 2013. No cabe duda que el cerebro humano es selectivo. En nada y menos te
quedas sólo con lo mejor, y lo peor te parece menos malo.
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