miércoles, 13 de marzo de 2013

"MI TITAN DESERT" CAPITULO-10 "ULTIMA ETAPA"


  Sexta etapa, y última:
La última era una etapa de unos 105 kilómetros, teóricamente más o menos llana, sin aparentes dificultades, y la última oportunidad para vencer a los Pharma. Si no había problemas – y no como en la etapa del día anterior - se podría hacer. Además, ellos ya nos parecía que estaban claramente cascados. Pero teníamos que recuperar más de 15 minutos, y había que tener en cuenta alguna posible incidencia, por pequeña que fuese.
La tarde anterior nos dimos un masaje, pensando en lo que se nos venía encima. La experiencia de la Titan nos demostró que es más que recomendable contratar el apoyo de los fisioterapeutas. Se nota, y con el paso de los días más. A nosotros nos desdieron nudos en las piernas que parecían candados. Nos retorcíamos como la niña del exorcista.
En cuanto a la estrategia para la etapa la cosa era bastante clara: salir lo más adelante posible, poner un ritmo fuerte desde el primer momento, para no perder más puestos de los imparables, buscar el enganchar un grupo rápido, y a partir de ahí leña a destajo, para intentar sacar el mayor tiempo posible.
En el momento de colocarnos en la salida, lo que son las cosas, nos encontramos al lado de nuestros rivales, los Pharma, que habían tenido nuestra misma idea. Como dice el refrán, “lo cortés no quita lo valiente”, así que estuvimos un rato charlando, recordando los días anteriores, y deseándonos buena suerte con las averías.
La salida era en ligera subida, con lo que había que apretar bien fuerte para no descolgarse mucho de la zona delantera. Esto me preocupaba, porque aunque Diego estaba bien - la verdad es que había ido mejorando con los días – en cambio Rafa estaba ya acusando la acumulación del esfuerzo.
Llegaron las ocho y el helicóptero ya estaba sobrevolándonos hacía varios minutos. Los nervios a flor de piel. Nos íbamos apretando de forma instintiva. Y, por fin, el pitido. Allá vamos.
La salida fue, como era de esperar, fulgurante. Los de adelante fueron vistos y no vistos. En nada eran ya una polvareda que se alejaba. Nosotros, a codazos para mantener la posición. Yo me dejé caer para tener la seguridad de que, a pesar del tumulto, no perdía la referencia de dónde estaban los Pharma, si se quedaban rezagados o iban por delante. Y allí estaban, por detrás de mis muchachos. Así que visto esto, apreté campo través para alcanzar a Diego y Rafa y ponerme delante. Bien, conseguido, la cosa comenzaba con buen pie.
Una vez que nos fuimos tranquilizando, y el barullo se fue aligerando, me coloqué delante y marque un ritmo ligero, hasta encontrar el punto de equilibrio donde Diego y Rafa se me descolgaban. Estábamos bien y el ritmo me parecía muy bueno. Lentamente fuimos recuperando gente que del horizonte se acercaba a nosotros. Alcanzábamos grupos pequeños, algunas parejas, los pasábamos y se enganchaban. El grupillo, poco a poco, se fue transformando en un verdadero convoy. Subíamos y subíamos por una pendiente larga y serpenteante, y el calor empezaba a apretar.
El último grupo que absorbimos fue el mayor, eran unos diez integrantes en línea, y entre los que se encontraba nuestro ya conocido Santi Millán. Cuando les pasamos por su izquierda, sin prisa pero con contundencia, se sorprendieron de verdad. Se oyeron voces de ánimo, y se produjo el consiguiente enganche. Eso me confirmó en mi idea de que íbamos bien. En un momento determinado éramos un tren de unos treinta vagones. En los pasos de arroyo se oían gritos de gente que pedía clemencia. Yo siempre mirando que Diego estuviese a mi rueda, que con la 26” era el que más justo iba rodando, y leña.
Después de varios kilómetros así, llegó una bajada ligera, por una zona de oasis. Era realmente muy bonita, pero era revirada y nos rompió la línea. Una vez librada, de vuelta al falso llano que nos hacía subir de nuevo por una pista muy buena para rodar. Intenté recuperar el ritmo que traíamos antes del oasis, pero Rafa había perdido punch y ya empezaba a descolgarse y a quejarse.
La gente del grupo de Santi nos iba apretando cada vez más, hasta que saltó una chica cañera y se revolucionó el gallinero. Los más rápidos se nos empezaron a ir. Fuimos acelerando y recuperando lentamente, muy lentamente.  A todo esto, atrás, sólo se oían gritos y juramentos, casi un motín. El peor Rafa, que no acababa de coger ritmo. Pero yo seguía con la determinación de que no se nos escapasen, y pensando también en el tiempo que había que sacar a los Pharma.
Alcanzamos al grupo de Santi antes de cruzar el control de paso, y para esto el terreno era ya casi un campo través, con una pista que se nos iba desvaneciendo bajo nuestros pies, por causa de la arena. Pasamos el control en fila y como balas, y alguien nos gritó a nosotros que íbamos en las posiciones noventa y algo. Nos lanzamos en verdadera manada desbocada a una planicie inmensa, absurdamente llana, de una arena limpísima, y casi sin vegetación. Aquí el calor ya empezaba a ser serio, y soplaba un viento lateral fortísimo.
Lentamente, nos fuimos reorganizando, formando un amplio abanico de unas treinta personas, escalonadas de a uno. Íbamos a todo trapo, y nos costaba seguir el ritmo. De vez en cuando, inesperadamente, una trampa de arena le jugaba una mala pasada a alguien, que se recuperaba entre bufidos por el esfuerzo y juramentos por la mala suerte. Las tías navegaban como demonios. Verdaderamente ver el abanico era un espectáculo, así que yo me fui colocando en el extremo, sólo por el gusto de admirar la escena, y era simplemente perfecta, parecíamos cazabombarderos volando en formación. Era la comunión, la armonía. Íbamos felices.
Hasta que llegaron las dunas. Fue como un golpe de mazo. La impotencia de querer rodar y no poder. La impotencia de querer andar y no poder. Nos desperdigamos como los saltamontes al paso del dalle. No sabíamos hacia dónde ir, o mejor dicho, por dónde ir, porque en el horizonte, muy lejos, se veían los estandartes del avituallamiento. Sólo unos pocos, los más hábiles, conseguían medio mantenerse y avanzar más rápido. El secreto era pedalear con fuerza, no traspasar mucho peso al tren delantero, llevar bajas presiones y buen ancho de cubierta, buscar las zonas más duras de las dunas, ir en línea recta, sin girar. Demasiadas cosas a la vez. Y claro, en cuanto ponías pie en tierra, arrancar era la de Dios es Cristo, sobre todo si ya ibas cascadete. A la salida, las diferencias se habían vuelto abismales, porque la distancia recorrida en las dunas había sido de varios kilómetros.
Al llegar al avituallamiento pensamos que allí – faltaban unos treinta kilómetros – comenzaba por fin el principio del fin, o sea, el paseo militar que nos llevaría dulcemente hasta la meta. La verdad es que no sé por qué teníamos la curiosa convicción de que el último día tenía que ser fácil. Quizá por asimilación al Tour en los Campos Elíseos de París. La realidad es que el tramo que nos quedaba resultó ser absolutamente agotador, tanto física como mentalmente.
Hicimos varios pasos de río, donde te clavabas literalmente, pistas con trampas de arena larguísimas, kilómetros y kilómetros de las peores pistas para rodar que se puedan imaginar, bajo un calor intenso. Desesperante.
Para colmo, yo me pegué la hostia más boba que vi darse en todo lo que estuve por allí. A la llegada del segundo paso de control había un tramo de arena malo, con lo que me salí a campo través buscando zonas duras. La experiencia me había demostrado que si rodaba con fuerza y bordeaba los pocos  ramascos que había, aprovechando la zona dura de las raíces, se podía hacer. Pero, lo curioso es que, aunque allí los ramascos son pequeños, bajos, y con aspecto de ser, digamos, “blandos”, la realidad es que son todo lo contrario, o sea, duros y tiesos como si fuesen de alambrón. Con lo que al ir a pasar uno por el medio salí catapultado por encima del manillar. Épico. Ir hasta Marruecos para darse un revolcón de mono borracho. Lo que llamaba un amigo de Canarias hacer un “sacadón”. Y además con público. Así es la vida.
Vamos, que la parte final fue todo lo contrario de lo que esperábamos, con lo que el cabreo fue tomando un tamaño monumental a medida que íbamos viendo las cabronadas que nos iban llegando. Puedo asegurar que no hay un juramento en la tierra que no se haya utilizado con profusión allí ese día. Conforme los kilómetros pasaban, nos íbamos ralentizando, y el cabreo iba dando paso a la desesperación. A unos cinco kilómetros de la meta – la verdad es que era la tercera vez que nos decían que quedaban cinco kilómetros - Rafa era ya un ser irracional. El hombre tenía la mirada perdida y se nos quería sentar. Así, sin más.
Y, al fin, al fondo la puñetera llegada. Gracias a Dios. Y para llegar a la dichosa llegada, una trampa de arena inmensa, que ya fue para morirse. Llegamos echando espuma por la boca, más de rabia y cabreo que de otra cosa. El Director de la Titan vino a darnos una piedra conmemorativa y lo que nos pedía el cuerpo era darle con ella en la cabeza. Yo creo que lo notó porque se alejó echando leches. Habíamos llegado en la posición 130. Una pena, porque podía haber sido en la 100.

Pero allí estábamos. Enteros. Esperamos, y esperamos la llegada de los Pharma, que seguían primeros mientras no se demostrase lo contrario, y el tiempo pasaba.
Bien, al final les habíamos metido en la etapa unos cuarenta minutos. Habíamos vencido en la categoría Corporate por más de veinte minutos en la general, pero eso sí, hicimos allí mismo solemne juramento de que no nos volverían a ver ni locos.
A partir de ahí, hotel espléndido, habitación y duchas como Dios manda, desmontaje y embalado de bicis (coñazo donde los haya), fiestuqui y cena, con entrega de premios, discursitos, cervezas, y batallitas con los amigos. Al que más y al que menos les había pasado de todo.

Al día siguiente, de vuelta hacia Madrid, ya estábamos hablando de las cosas que había que hacer para la edición del 2013. No cabe duda que el cerebro humano es selectivo. En nada y menos te quedas sólo con lo mejor, y lo peor te parece menos malo.

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