Ø Quinta
etapa: La quinta etapa era larga – unos
115 kilómetros – y aparentemente llana, pero con campo través en algún tramo,
posibles tramos de navegación, y previsión de calor y viento. Fue la leche, y
es conocida por el equipo como “el día de la avería”.
La etapa de la avería. ¡Qué mala
suerte¡. Y, aun así, fue, probablemente, la de más disfrute, desde el punto de
vista estratégico. Teníamos claro que había que intentar dar ya la puntilla a los
Pharma. No podíamos arriesgarnos a
atacar el último día. Así que, analizada la etapa la noche anterior, decidimos que
había que tirar fuerte en cuanto llegasen los llanos, buscando apoyos en la gente
de Boo, con la que habíamos hablado esa misma noche.
La salida fue un auténtico caos. Se arrancó con muchas ganas, e inmediatamente
se enfiló una bajada, más o menos fuerte, formada por una pista estrecha y
agreste, que tenía en su punto bajo una curva bastante cerrada. La entrada en
la pista fue un lío tremendo, incluso con caídas, y la curva ya fue el remate.
Se montó un tapón que daban ganas de saltar por encima. Cuanta inutilidad. ¿La
carrera más dura del mundo?... pero si había gente que se amontonaba en cuanto
había más de dos piedras juntas, joder. Ya íbamos viendo que la mayoría rodaba
fuerte, pero el subir, el trialear, y el bajar, eso era para algunos. Además,
nos habíamos colocado bastante atrás en el cajón de salida. Mal por nuestra
parte. Hay que estar, como mínimo, en el tercio de cabeza. Y, si puedes, mejor
al lado de Heras.
Desecho el lío, a codazo limpio, la
etapa seguía con un tramo de dos o tres kilómetros de subida bastante
competente, que atacamos con verdadera rabia, por el tiempo perdido en el
puñetero arranque. La subida desembocaba en una ligera bajada a la que seguía
una impresionante llana, de pistas muy buenas.
Echábamos fuego, y en diez minutos alcanzamos a los de Boo. Nos
reorganizamos y empezamos los relevos, porque sabíamos que los Pharma iban por delante.
En ese tipo de pistas las 29” eran verdaderos demonios. Rodábamos a treinta y
tantos, pasando gente. Se notaba que la quinta etapa ya pesaba en las piernas
de muchos.
Alcanzamos a un grupo muy
numeroso, dentro del que rodaban los Pharma, y les pasamos como una exhalación.
Muchos se engancharon a nosotros, incluidos ellos, pero llegó un momento que no
les quedó más remedio que soltarse. Uno llevaba una 26” y le era imposible
mantener aquel ritmo de locos.
Entramos en un campo través de piedras
gruesas donde nos ralentizamos todos, y el grupo se rompió. Zonas reviradas y
trialeras, ríos del desierto, duros y pedregosos. Imposible tirar. Menos mal
que poco a poco fueron desapareciendo las piedras y el campo través se
convirtió en la típica planicie inacabable y pedregosa, de piedra menuda, a la
que ya le habíamos cogido el tranquillo.
Abriendo mil trochas distintas,
atacamos en estampida, tomando como punto de referencia la polvareda que se veía en el horizonte.
Adelante, con fuerza. Se hacían grupos de forma aleatoria. Igual que se creaban
se desvanecían. Nosotros nos manteníamos localizados a grito pelado. A mí me
resultaba curioso ver a las tías tirando detrás de cualquier líder, como verdaderos
demonios, no soltaban ni a la de tres. Eran correosas como el que más, sobre
todo las de las series andaluzas, que se habían ganado la inscripción por
méritos.
Había pasos complicados, por la
arena tipo fes-fes, que nos hacían dispersarnos sin aparente orientación, como las
gacelas huyendo de las leonas. Al rato, allá al fondo, se avistó un
avituallamiento, el primero, al que fuimos tendiendo desde mil trayectorias
distintas. Al llegar tiré sin miramientos, y a voces, arrastré a mi equipo y a
los amigos de Boo. Era pronto para pararnos. Pasamos una suerte de barranco, que,
en forma de embudo, nos encauzó hacia una pista de muy buen firme, que
alternaba largas llanas con pasos de arroyo revirados.
Rodábamos a degüello,
alternándonos delante, soltando a unos y alcanzando a otros. Los pasos de
arroyo eran criminales para los que iban justos de ritmo. A pesar de eso un par
de chicas, de la zona de Granada, nos daban relevos en las llanas. Les daba
apuro ir en el grupo sin colaborar. Íbamos en estado de gracia, disfrutando,
voceándonos, dándonos ánimos, llevábamos detrás de nosotros una polvareda
inmensa.
El viento arreciaba a medida que nos
acercábamos a unos montes bajos y girábamos hacia nuestra izquierda. Los más
fuertes hicimos de pantalla lateral parapetando a las chicas y a los que iban
más justos. Por fin, a lo lejos, y como remate de las llanas, una subida
bastante empinada que terminaba en un paso, y que nos hacía suponer una bajada
y un nuevo escenario. La pista empeoraba, el viento arreciaba y la subida
endurecía. Fue un kilómetro malo. Si subíamos la velocidad mínimamente el grupo
se rompía. Así que los de adelante tuvimos que buscar un ritmo de consenso.
Arriba, como imaginábamos, arrancaba una bajada, bastante dura de suelo, que después
de un rato de rodar fuerte, contra el viento, y pasar arroyos pedregosos desembocó
en el control de paso número uno.
Y aquí llegó el principio del viacrucis,
con todas sus estaciones. Para empezar, había la posibilidad de hacer
navegación, es decir, tomar un camino alternativo que, en teoría, recortaba
terreno. Pero en el grupo se formó una auténtica torre de Babel. Desbandada. Unos
de frente y otros a la izquierda. Nosotros optamos por la dirección de frente,
que era el camino alternativo.
Y a los tres kilómetros, en el
paso de un arroyo, llegó la sorpresa. Rafa rompió una de las barras del sillín,
que eran de carbono. A Dios pongo por testigo que nunca volveré a llevar un
sillín con barras de carbono. Después de una sucesión corta y concisa de
juramentos, teníamos que hacer una reparación de urgencia, pero ¿cómo?. No
había mucho que pensar porque el tiempo corría. Cogimos, de entre las miles de
piedras del camino, la que nos pareció que mejor se ajustaba al espacio que
había entre la cabeza de la tija y el asiento del sillín. La encajamos, y con
bridas y cinta aislante hicimos un amarradijo que medio mantenía aquello en su
sitio. Aun así, se reviraba. Las contemplaciones para luego. A rodar. Decidimos
volver al camino más seguro, por si se nos complicaba la cosa poder pedir ayuda
a alguien. Eso significaba tres kilómetros hacia atrás y el convencimiento de
que los Pharmaton ya habrían pasado.
Diego y yo intentábamos coger
ritmo, pero Rafa se quedaba atrás. El sillín iba mal, eso estaba claro, pero
también parecía que Rafa estaba tirando la toalla. Se quejaba amargamente, así
que intenté cambiarle la bici por la mía, pero él, cabreado como una mona, no
quería. Estábamos pensando seriamente en aplicarle la eutanasia, cuando
llegamos, por fin, al segundo avituallamiento. A la búsqueda desesperada de un
sillín. Preguntamos si había alguna bici, de alguien retirado, pero en la
Titan, si no te da el repuesto el propio dueño, no está permitido cogerlo. El
médico se interesó por nuestro problema, y se le ocurrió, bendito sea, vendar
el sillín con venda elástica. La cosa mejoró sustancialmente, y arrancamos con
esperanzas de retomar el ritmo.
Eran llanas interminables, hacía un
calor tremendo, y el suelo era duro de rodar, con trampas de arena de vez en
cuando. Al fondo el infinito y más allá. Lentamente fue mejorando el suelo, me
coloqué adelante y fui, gradualmente, subiendo el ritmo. Rafa fue cogiendo
postura, ahora que no había tanto bache, y empezamos a enganchar gente. Buena
señal. Así más de una hora, rodando a ritmo rápido, pero controlado. Al fin, al
fondo, como a un kilómetro, el control de paso dos… ¡y los Pharma pasando¡.
Subida de ritmo, paso rápido por
el control, rodaje por pista anchísima a todo trapo y llegada a avituallamiento
número dos fue todo un soplo. Y allí estaban nuestros amigos, convencidos, como
nos contaron, de que ya estábamos delante. Sorpresa, sorpresa. Un día les toca
a los unos y otro a los otros, ya sabes. Ya, ya, buen rollo, pero los cuchillos
entre los dientes.
Salimos del avituallamiento juntos.
Necesitábamos soltarlos. Aún quedaban unos 20 kilómetros a la meta y se podía
hacer, pero necesitábamos ayuda, necesitábamos crear tumulto. Rafa me
preocupaba porque iba mal de postura y, además, se le notaba ya en la reserva.
A lo lejos me pareció ver a dos de Boo. Me fui para adelante y los alcancé. No
estaban para romerías. Alfredo iba fundido. Me dejé enganchar, y, al poco, alcanzamos
a un integrante del equipo Zurich, que rodaba ya sólo y sin opciones. Un tipo
majo, de San Sebastián, y las cosas de la vida, conocido de Diego. Vio la
situación y entendió la idea de golpe. Rafa iba el último del grupo. Hablé con
el Zurich y le dije: “yo no puedo ir a por Rafa porque éstos se van a mosquear,
y porque le tengo hasta los mismísimos. Déjate caer tú, como que esperas a
alguien, y dile a Rafa que no hay cojones de demarrar. La frase diabólica.
Sorprended a estos como sea, y venid para adelante. A partir de ahí, el ritmo
de locomotora dejádmelo a mí. Los vamos a abrasar”.
Dicho y hecho. Diecisiete
kilómetros a fuego, arropando a Rafa. Empujándolo. Disfrutando como enanos. Los
Pharma se quedaban, estaban más tocados de lo que parecía. Interminable,
insufrible, y, a la vez, una gozada. En el último kilómetro, a la vista del
arco de meta, tiré para entrar marcando el tiempo del equipo, pero sin superar
los dos minutos de diferencia.
En la clasificación habíamos
recuperado unos 12 minutos, es decir, estábamos a unos 15 minutos de la primera
posición. A pesar de todos los esfuerzos, había que jugarse el todo por el todo
en la última etapa.
Para entonces ya teníamos a la
gente desde casa y desde la empresa llamándonos y pidiéndonos explicaciones.
Estaban siguiéndonos por Internet a medida que íbamos pasando los controles, en
tiempo real. El propio padre de Diego - el niño del equipo - que le había
estado haciendo constantes recomendaciones estratégicas los días pasados sobre
la bondad del ritmo constante y tranquilo, nos pedía ya explicaciones de por
qué no los habíamos atacado antes y les habíamos sacado más tiempo. Una locura.
Por cierto, hablando de los
compañeros de Marruecos y lo correosos que eran, recuerdo que en esta etapa
llegó uno de ellos pedaleando con una sola pierna. La otra la tenía game over a
consecuencia de los calambres desde hacía kilómetros.
El Zurich era Javi Royo, de Huesca. con el que rodé más de 30 km y durante ese tiempo fue el que me "empujó" continuamente dándome animo. Rodar mas de 50 km por el desierto con una piedra en el culo ¡es toda una experiencia!. Tras el ataque fue generoso, puso un ritmo constante hasta que reventó, porque en vez de relevos había demarrajes. ¿Falta de calidad? ¡seguro!. ¿Falta de entrega y ñoñería? ¡ni de coña!
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