jueves, 7 de marzo de 2013

"MI TITAN DESERT" CAPITULO-9


Ø  Quinta etapa:  La quinta etapa era larga – unos 115 kilómetros – y aparentemente llana, pero con campo través en algún tramo, posibles tramos de navegación, y previsión de calor y viento. Fue la leche, y es conocida por el equipo como “el día de la avería”.

La etapa de la avería. ¡Qué mala suerte¡. Y, aun así, fue, probablemente, la de más disfrute, desde el punto de vista estratégico. Teníamos claro que había que intentar dar ya la puntilla a los Pharma.  No podíamos arriesgarnos a atacar el último día. Así que, analizada la etapa la noche anterior, decidimos que había que tirar fuerte en cuanto llegasen los llanos, buscando apoyos en la gente de Boo, con la que habíamos hablado esa misma noche.
La salida fue un auténtico caos.  Se arrancó con muchas ganas, e inmediatamente se enfiló una bajada, más o menos fuerte, formada por una pista estrecha y agreste, que tenía en su punto bajo una curva bastante cerrada. La entrada en la pista fue un lío tremendo, incluso con caídas, y la curva ya fue el remate. Se montó un tapón que daban ganas de saltar por encima. Cuanta inutilidad. ¿La carrera más dura del mundo?... pero si había gente que se amontonaba en cuanto había más de dos piedras juntas, joder. Ya íbamos viendo que la mayoría rodaba fuerte, pero el subir, el trialear, y el bajar, eso era para algunos. Además, nos habíamos colocado bastante atrás en el cajón de salida. Mal por nuestra parte. Hay que estar, como mínimo, en el tercio de cabeza. Y, si puedes, mejor al lado de Heras.
Desecho el lío, a codazo limpio, la etapa seguía con un tramo de dos o tres kilómetros de subida bastante competente, que atacamos con verdadera rabia, por el tiempo perdido en el puñetero arranque. La subida desembocaba en una ligera bajada a la que seguía una impresionante llana, de pistas muy buenas.  Echábamos fuego, y en diez minutos alcanzamos a los de Boo. Nos reorganizamos y empezamos los relevos, porque sabíamos que los Pharma iban por delante. En ese tipo de pistas las 29” eran verdaderos demonios. Rodábamos a treinta y tantos, pasando gente. Se notaba que la quinta etapa ya pesaba en las piernas de muchos.
Alcanzamos a un grupo muy numeroso, dentro del que rodaban los Pharma, y les pasamos como una exhalación. Muchos se engancharon a nosotros, incluidos ellos, pero llegó un momento que no les quedó más remedio que soltarse. Uno llevaba una 26” y le era imposible mantener aquel ritmo de locos.
Entramos en un campo través de piedras gruesas donde nos ralentizamos todos, y el grupo se rompió. Zonas reviradas y trialeras, ríos del desierto, duros y pedregosos. Imposible tirar. Menos mal que poco a poco fueron desapareciendo las piedras y el campo través se convirtió en la típica planicie inacabable y pedregosa, de piedra menuda, a la que ya le habíamos cogido el tranquillo.
Abriendo mil trochas distintas, atacamos en estampida, tomando como punto de referencia  la polvareda que se veía en el horizonte. Adelante, con fuerza. Se hacían grupos de forma aleatoria. Igual que se creaban se desvanecían. Nosotros nos manteníamos localizados a grito pelado. A mí me resultaba curioso ver a las tías tirando detrás de cualquier líder, como verdaderos demonios, no soltaban ni a la de tres. Eran correosas como el que más, sobre todo las de las series andaluzas, que se habían ganado la inscripción por méritos.
Había pasos complicados, por la arena tipo fes-fes, que nos hacían dispersarnos sin aparente orientación, como las gacelas huyendo de las leonas. Al rato, allá al fondo, se avistó un avituallamiento, el primero, al que fuimos tendiendo desde mil trayectorias distintas. Al llegar tiré sin miramientos, y a voces, arrastré a mi equipo y a los amigos de Boo. Era pronto para pararnos. Pasamos una suerte de barranco, que, en forma de embudo, nos encauzó hacia una pista de muy buen firme, que alternaba largas llanas con pasos de arroyo revirados.
Rodábamos a degüello, alternándonos delante, soltando a unos y alcanzando a otros. Los pasos de arroyo eran criminales para los que iban justos de ritmo. A pesar de eso un par de chicas, de la zona de Granada, nos daban relevos en las llanas. Les daba apuro ir en el grupo sin colaborar. Íbamos en estado de gracia, disfrutando, voceándonos, dándonos ánimos, llevábamos detrás de nosotros una polvareda inmensa.
El viento arreciaba a medida que nos acercábamos a unos montes bajos y girábamos hacia nuestra izquierda. Los más fuertes hicimos de pantalla lateral parapetando a las chicas y a los que iban más justos. Por fin, a lo lejos, y como remate de las llanas, una subida bastante empinada que terminaba en un paso, y que nos hacía suponer una bajada y un nuevo escenario. La pista empeoraba, el viento arreciaba y la subida endurecía. Fue un kilómetro malo. Si subíamos la velocidad mínimamente el grupo se rompía. Así que los de adelante tuvimos que buscar un ritmo de consenso. Arriba, como imaginábamos, arrancaba una bajada, bastante dura de suelo, que después de un rato de rodar fuerte, contra el viento, y pasar arroyos pedregosos desembocó en el control de paso número uno.
Y aquí llegó el principio del viacrucis, con todas sus estaciones. Para empezar, había la posibilidad de hacer navegación, es decir, tomar un camino alternativo que, en teoría, recortaba terreno. Pero en el grupo se formó una auténtica torre de Babel. Desbandada. Unos de frente y otros a la izquierda. Nosotros optamos por la dirección de frente, que era el camino alternativo.
Y a los tres kilómetros, en el paso de un arroyo, llegó la sorpresa. Rafa rompió una de las barras del sillín, que eran de carbono. A Dios pongo por testigo que nunca volveré a llevar un sillín con barras de carbono. Después de una sucesión corta y concisa de juramentos, teníamos que hacer una reparación de urgencia, pero ¿cómo?. No había mucho que pensar porque el tiempo corría. Cogimos, de entre las miles de piedras del camino, la que nos pareció que mejor se ajustaba al espacio que había entre la cabeza de la tija y el asiento del sillín. La encajamos, y con bridas y cinta aislante hicimos un amarradijo que medio mantenía aquello en su sitio. Aun así, se reviraba. Las contemplaciones para luego. A rodar. Decidimos volver al camino más seguro, por si se nos complicaba la cosa poder pedir ayuda a alguien. Eso significaba tres kilómetros hacia atrás y el convencimiento de que los Pharmaton ya habrían pasado.
Diego y yo intentábamos coger ritmo, pero Rafa se quedaba atrás. El sillín iba mal, eso estaba claro, pero también parecía que Rafa estaba tirando la toalla. Se quejaba amargamente, así que intenté cambiarle la bici por la mía, pero él, cabreado como una mona, no quería. Estábamos pensando seriamente en aplicarle la eutanasia, cuando llegamos, por fin, al segundo avituallamiento. A la búsqueda desesperada de un sillín. Preguntamos si había alguna bici, de alguien retirado, pero en la Titan, si no te da el repuesto el propio dueño, no está permitido cogerlo. El médico se interesó por nuestro problema, y se le ocurrió, bendito sea, vendar el sillín con venda elástica. La cosa mejoró sustancialmente, y arrancamos con esperanzas de retomar el ritmo.

Eran llanas interminables, hacía un calor tremendo, y el suelo era duro de rodar, con trampas de arena de vez en cuando. Al fondo el infinito y más allá. Lentamente fue mejorando el suelo, me coloqué adelante y fui, gradualmente, subiendo el ritmo. Rafa fue cogiendo postura, ahora que no había tanto bache, y empezamos a enganchar gente. Buena señal. Así más de una hora, rodando a ritmo rápido, pero controlado. Al fin, al fondo, como a un kilómetro, el control de paso dos… ¡y los Pharma pasando¡.
Subida de ritmo, paso rápido por el control, rodaje por pista anchísima a todo trapo y llegada a avituallamiento número dos fue todo un soplo. Y allí estaban nuestros amigos, convencidos, como nos contaron, de que ya estábamos delante. Sorpresa, sorpresa. Un día les toca a los unos y otro a los otros, ya sabes. Ya, ya, buen rollo, pero los cuchillos entre los dientes.
Salimos del avituallamiento juntos. Necesitábamos soltarlos. Aún quedaban unos 20 kilómetros a la meta y se podía hacer, pero necesitábamos ayuda, necesitábamos crear tumulto. Rafa me preocupaba porque iba mal de postura y, además, se le notaba ya en la reserva. A lo lejos me pareció ver a dos de Boo. Me fui para adelante y los alcancé. No estaban para romerías. Alfredo iba fundido. Me dejé enganchar, y, al poco, alcanzamos a un integrante del equipo Zurich, que rodaba ya sólo y sin opciones. Un tipo majo, de San Sebastián, y las cosas de la vida, conocido de Diego. Vio la situación y entendió la idea de golpe. Rafa iba el último del grupo. Hablé con el Zurich y le dije: “yo no puedo ir a por Rafa porque éstos se van a mosquear, y porque le tengo hasta los mismísimos. Déjate caer tú, como que esperas a alguien, y dile a Rafa que no hay cojones de demarrar. La frase diabólica. Sorprended a estos como sea, y venid para adelante. A partir de ahí, el ritmo de locomotora dejádmelo a mí. Los vamos a abrasar”.
Dicho y hecho. Diecisiete kilómetros a fuego, arropando a Rafa. Empujándolo. Disfrutando como enanos. Los Pharma se quedaban, estaban más tocados de lo que parecía. Interminable, insufrible, y, a la vez, una gozada. En el último kilómetro, a la vista del arco de meta, tiré para entrar marcando el tiempo del equipo, pero sin superar los dos minutos de diferencia.

En la clasificación habíamos recuperado unos 12 minutos, es decir, estábamos a unos 15 minutos de la primera posición. A pesar de todos los esfuerzos, había que jugarse el todo por el todo en la última etapa.
Para entonces ya teníamos a la gente desde casa y desde la empresa llamándonos y pidiéndonos explicaciones. Estaban siguiéndonos por Internet a medida que íbamos pasando los controles, en tiempo real. El propio padre de Diego - el niño del equipo - que le había estado haciendo constantes recomendaciones estratégicas los días pasados sobre la bondad del ritmo constante y tranquilo, nos pedía ya explicaciones de por qué no los habíamos atacado antes y les habíamos sacado más tiempo. Una locura.
Por cierto, hablando de los compañeros de Marruecos y lo correosos que eran, recuerdo que en esta etapa llegó uno de ellos pedaleando con una sola pierna. La otra la tenía game over a consecuencia de los calambres desde hacía kilómetros.

1 comentario:

  1. El Zurich era Javi Royo, de Huesca. con el que rodé más de 30 km y durante ese tiempo fue el que me "empujó" continuamente dándome animo. Rodar mas de 50 km por el desierto con una piedra en el culo ¡es toda una experiencia!. Tras el ataque fue generoso, puso un ritmo constante hasta que reventó, porque en vez de relevos había demarrajes. ¿Falta de calidad? ¡seguro!. ¿Falta de entrega y ñoñería? ¡ni de coña!

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