Ø Cuarta
etapa:
La cuarta etapa fue la de alta
montaña. 57 kilómetros subiendo, a base de rampas verdaderamente fuertes y llanos intermedios de enlace, hasta
acumular 2.200 metros de desnivel, después unos 15 km de crestas, luego una bajada
salvaje de unos 20 km, y por último un llaneo durísimo de otros 15 km por un
río de montaña seco y pedregoso.
Sin lugar a dudas fue la etapa
estrella y, para mí, la más bonita con diferencia, en todos los sentidos. El
paisaje era increíble, las pistas eran como las nuestras, pero con piedras muy angulosas
y con muchas lastras planas.
Aquí se vio claramente quienes
escalaban mejor, a diferencia de quienes más bien llaneaban o quienes más bien
estaban tocados por el esfuerzo de los días anteriores. Las chicas lo pasaron
realmente mal, especialmente en la última subida, que era rompedora. La ganadora
de la etapa fue una chavalita de Granada, que batió a Rebecca Rush. Ésta fue la
única carrera en la que se la pudo vencer.
Durante la ascensión yo me
encontraba francamente bien, así que me fui para adelante buscando a los
Pharmaton. Los alcancé con relativa facilidad, y vi que iban a un ritmo muy
llevadero, por lo que volví atrás a por los míos, Rafa y Diego, para
emponzoñarlos. Apretamos y los alcanzamos a media subida en una zona de falso
llano. A partir de ahí se desató una lucha a brazo partido por dejarse unos a
otros que duró como dos horas. Precioso. Empezamos a dejarlos antes del segundo
avituallamiento, en una subida recia. En el último kilómetro nosotros tiramos
por la pista y ellos tiraron por un atajo a pie. Cuando nosotros salíamos del
avituallamiento ellos llegaban. Luego venía una bajada larga y mala, en la que
nos engancharon. Bajaban muy bien, hay que reconocerlo.
Y, así, fuimos juntitos un buen
rato, hasta que llegó la última subida. Realmente brava. La verdad es que de
lejos engañaba. Parecía más tendida, pero tenía una pendiente de agarrarse, y
pegaba un sol de justicia. Las chicas lo pasaron mal de verdad. En la cima le
habíamos sacado a los Pharma unos tres minutos, e iniciamos el cresteo, que
discurría por pistas muy pedregosas y que describían una sucesión inacabable de
toboganes.
El panorama desde allí arriba verdaderamente
cortaba el aliento. Hasta donde alcanzaba la vista, todo eran crestas de
montañas, estratificadas visualmente de más cerca a más lejos tal y como si se
tratase de las olas de un mar gigantesco.
Rafa, en las bajadas, andaba
menos que un caracol, y tenía una expresión de gato de escayola que asustaba. Y
yo me estaba poniendo del hígado, imaginándome a los Pharma volando a por
nosotros. Iba tan pendiente de él que en una curva me estampé contra la pared
de piedra, vamos, que me metí una hostia de pantalón largo. El informe de daños
era el brazo izquierdo hecho una carnicería y, por lo que deduje de los dolores
a lo largo de todo el mes siguiente, un par de costillas fisuradas. Me ayudó a
levantarme del ovillo en que me había convertido el amigo Santi Millán, al que
había repasado durante la subida por lo menos tres veces.
La verdad es que Santi llaneaba
francamente bien, pero no subía ni de culo, y los tres días anteriores el tío se
había estrujado a base de bien.
En esto, Rafa pasó adelante -
como un zombi, yo creo que ni me vio - mientras yo reorganizaba manillar y
frenos con la ayuda de Santi. Al poco salimos detrás de él, lo neutralizamos, y
en nada alcanzamos a Diego, que con la doble se había largado por delante.
Lo encontramos de cuclillas, agachado
al lado de una chica sentada en mitad de la pista. Estaba ensangrentada, y
lloraba amargamente, derrotada. Balbuceaba en spaninglish que alguien le había
dicho hacía ya rato, cuando se había caído, que enseguida empezaba la bajada,
pero no hacíamos más que crestear y la dichosa bajada no empezaba nunca. No
quería levantarse, estaba enajenada, y el pobre Diego no sabía qué hacer. Lo
bueno de ir con Santi es que todo Dios lo conocía, y ella, precisamente, lo que
necesitaba era ver a alguien identificable. Santi, con amabilidad y buen hacer,
consiguió ponerla en marcha y así estuvimos rodando un rato todos juntos.
Aún pasamos varios repechos
potentes, algunos realmente escabrosos, y ya, por fin, llegó la maldita bajada.
Diego y yo dejamos a la chica, a Santi, y a Rafa - con su ritmo de procesión de
Semana Santa - y nos lanzamos inconscientemente a la bajada. Saltaban cascotes
cortantes por todas partes. Curvas que tomábamos a derecho, derrapadas a lo
loco, saltos. Diego, con la doble, se me escapaba. Fue brutal, infernal e interminable.
Aún no comprendo cómo no rompimos nada.
Nos paramos en el control de paso
– no podíamos pasar dos minutos por delante de Rafa – y habíamos bajado a tal
ritmo que estuvimos esperándole una eternidad. Nos comíamos las uñas. Pasó
Santi con la chica, pasaron más chicas, pasaron más chicos, pasaron los
puñeteros Pharmaton, y, ¡hombre¡, Rafa justo detrás con la mirada de zombi. La
Virgen, que estrés.
Bajamos detrás de los Pharma, con
Rafa ya fuera de sí, a degüello, saliéndose por las curvas. En el
avituallamiento paramos todos, y aquello parecía el cambio de cubiertas de la
fórmula 1. Volaban los botellines y se cortaban las meadas. Los Pharmaton
salieron como spukniks, y nosotros detrás, encendidos, pero para entonces Rafa ya
nos había perdido el último hilo suicida que traía.
Al poco rato acabó la bajada y la
pista – por llamarla de alguna manera -, siguió paralela a un arroyo de montaña.
En esta zona estaba hecha con unas piedras como cabezas de críos chicos, y además
envueltas en arena traicionera. En más de una ocasión nos salimos en alguna
curva porque la bici se volvía incontrolable y saltábamos corriendo como
podíamos por encima de las piedras del arroyo, que eran como escolleras de
grandes. Íbamos fuera de nuestro ser.
Pero, de repente, ¡La leche, un
Pharma pinchado por culpa de un llantazo¡. Se pasaron de la raya, y no
conservaron la mecánica. Fue como un chute de adrenalina. A volar como
halcones, velocidad mach-1.
Llegamos sólo cinco minutos por
delante de los Pharma, que entraron cortando encendido. El resumen es que habíamos
desaprovechado la oportunidad, sencillamente por falta de preparación técnica. Pero
estábamos convencidos de que iban peor que nosotros y que en la quinta etapa
les teníamos que dar matarile, fuese como fuese. Estábamos a poco menos de
media hora, la etapa era larga y se podía hacer.
Fui a la enfermería a echarme
algo en mi carnicería privada y allí constaté que la etapa había hecho
bastantes estragos, como caídas, deshidrataciones – la chica del equipo de
parejas que ganó estaba en una camilla cubierta de hielos para bajarle la
temperatura - , y culos rotos.
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