miércoles, 6 de marzo de 2013

"MI TITAN DESERT" CAPITULO-8


Ø  Cuarta etapa:
La cuarta etapa fue la de alta montaña. 57 kilómetros subiendo, a base de rampas verdaderamente  fuertes y llanos intermedios de enlace, hasta acumular 2.200 metros de desnivel, después unos 15 km de crestas, luego una bajada salvaje de unos 20 km, y por último un llaneo durísimo de otros 15 km por un río de montaña seco y pedregoso.
Sin lugar a dudas fue la etapa estrella y, para mí, la más bonita con diferencia, en todos los sentidos. El paisaje era increíble, las pistas eran como las nuestras, pero con piedras muy angulosas y con muchas lastras planas.
Aquí se vio claramente quienes escalaban mejor, a diferencia de quienes más bien llaneaban o quienes más bien estaban tocados por el esfuerzo de los días anteriores. Las chicas lo pasaron realmente mal, especialmente en la última subida, que era rompedora. La ganadora de la etapa fue una chavalita de Granada, que batió a Rebecca Rush. Ésta fue la única carrera en la que se la pudo vencer.


Durante la ascensión yo me encontraba francamente bien, así que me fui para adelante buscando a los Pharmaton. Los alcancé con relativa facilidad, y vi que iban a un ritmo muy llevadero, por lo que volví atrás a por los míos, Rafa y Diego, para emponzoñarlos. Apretamos y los alcanzamos a media subida en una zona de falso llano. A partir de ahí se desató una lucha a brazo partido por dejarse unos a otros que duró como dos horas. Precioso. Empezamos a dejarlos antes del segundo avituallamiento, en una subida recia. En el último kilómetro nosotros tiramos por la pista y ellos tiraron por un atajo a pie. Cuando nosotros salíamos del avituallamiento ellos llegaban. Luego venía una bajada larga y mala, en la que nos engancharon. Bajaban muy bien, hay que reconocerlo.
Y, así, fuimos juntitos un buen rato, hasta que llegó la última subida. Realmente brava. La verdad es que de lejos engañaba. Parecía más tendida, pero tenía una pendiente de agarrarse, y pegaba un sol de justicia. Las chicas lo pasaron mal de verdad. En la cima le habíamos sacado a los Pharma unos tres minutos, e iniciamos el cresteo, que discurría por pistas muy pedregosas y que describían una sucesión inacabable de toboganes.


El panorama desde allí arriba verdaderamente cortaba el aliento. Hasta donde alcanzaba la vista, todo eran crestas de montañas, estratificadas visualmente de más cerca a más lejos tal y como si se tratase de las olas de un mar gigantesco.
Rafa, en las bajadas, andaba menos que un caracol, y tenía una expresión de gato de escayola que asustaba. Y yo me estaba poniendo del hígado, imaginándome a los Pharma volando a por nosotros. Iba tan pendiente de él que en una curva me estampé contra la pared de piedra, vamos, que me metí una hostia de pantalón largo. El informe de daños era el brazo izquierdo hecho una carnicería y, por lo que deduje de los dolores a lo largo de todo el mes siguiente, un par de costillas fisuradas. Me ayudó a levantarme del ovillo en que me había convertido el amigo Santi Millán, al que había repasado durante la subida por lo menos tres veces.
La verdad es que Santi llaneaba francamente bien, pero no subía ni de culo, y los tres días anteriores el tío se había estrujado a base de bien.
En esto, Rafa pasó adelante - como un zombi, yo creo que ni me vio - mientras yo reorganizaba manillar y frenos con la ayuda de Santi. Al poco salimos detrás de él, lo neutralizamos, y en nada alcanzamos a Diego, que con la doble se había largado por delante.
Lo encontramos de cuclillas, agachado al lado de una chica sentada en mitad de la pista. Estaba ensangrentada, y lloraba amargamente, derrotada. Balbuceaba en spaninglish que alguien le había dicho hacía ya rato, cuando se había caído, que enseguida empezaba la bajada, pero no hacíamos más que crestear y la dichosa bajada no empezaba nunca. No quería levantarse, estaba enajenada, y el pobre Diego no sabía qué hacer. Lo bueno de ir con Santi es que todo Dios lo conocía, y ella, precisamente, lo que necesitaba era ver a alguien identificable. Santi, con amabilidad y buen hacer, consiguió ponerla en marcha y así estuvimos rodando un rato todos juntos.  
Aún pasamos varios repechos potentes, algunos realmente escabrosos, y ya, por fin, llegó la maldita bajada. Diego y yo dejamos a la chica, a Santi, y a Rafa - con su ritmo de procesión de Semana Santa - y nos lanzamos inconscientemente a la bajada. Saltaban cascotes cortantes por todas partes. Curvas que tomábamos a derecho, derrapadas a lo loco, saltos. Diego, con la doble, se me escapaba. Fue brutal, infernal e interminable. Aún no comprendo cómo no rompimos nada.
Nos paramos en el control de paso – no podíamos pasar dos minutos por delante de Rafa – y habíamos bajado a tal ritmo que estuvimos esperándole una eternidad. Nos comíamos las uñas. Pasó Santi con la chica, pasaron más chicas, pasaron más chicos, pasaron los puñeteros Pharmaton, y, ¡hombre¡, Rafa justo detrás con la mirada de zombi. La Virgen, que estrés.
Bajamos detrás de los Pharma, con Rafa ya fuera de sí, a degüello, saliéndose por las curvas. En el avituallamiento paramos todos, y aquello parecía el cambio de cubiertas de la fórmula 1. Volaban los botellines y se cortaban las meadas. Los Pharmaton salieron como spukniks, y nosotros detrás, encendidos, pero para entonces Rafa ya nos había perdido el último hilo suicida que traía.
Al poco rato acabó la bajada y la pista – por llamarla de alguna manera -, siguió paralela a un arroyo de montaña. En esta zona estaba hecha con unas piedras como cabezas de críos chicos, y además envueltas en arena traicionera. En más de una ocasión nos salimos en alguna curva porque la bici se volvía incontrolable y saltábamos corriendo como podíamos por encima de las piedras del arroyo, que eran como escolleras de grandes. Íbamos fuera de nuestro ser.
Pero, de repente, ¡La leche, un Pharma pinchado por culpa de un llantazo¡. Se pasaron de la raya, y no conservaron la mecánica. Fue como un chute de adrenalina. A volar como halcones, velocidad mach-1.
Llegamos sólo cinco minutos por delante de los Pharma, que entraron cortando encendido. El resumen es que habíamos desaprovechado la oportunidad, sencillamente por falta de preparación técnica. Pero estábamos convencidos de que iban peor que nosotros y que en la quinta etapa les teníamos que dar matarile, fuese como fuese. Estábamos a poco menos de media hora, la etapa era larga y se podía hacer.
Fui a la enfermería a echarme algo en mi carnicería privada y allí constaté que la etapa había hecho bastantes estragos, como caídas, deshidrataciones – la chica del equipo de parejas que ganó estaba en una camilla cubierta de hielos para bajarle la temperatura - , y culos rotos.

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